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Bosquia y el Día Internacional de los Bosques: redescubriendo los bosques que no vemos

Si mañana desaparecieran todos los bosques del planeta, lo notaríamos de inmediato. No por la falta de árboles en el horizonte ni por la ausencia de ese verde que nos resulta tan reconfortante, sino porque el mundo colapsaría. Nos quedaríamos sin el aire que respiramos, sin la lluvia que alimenta los cultivos, sin los suelos fértiles que sostienen la vida. El clima se descontrolaría, el agua dejaría de llegar donde debe y una extinción masiva arrasaría con especies que ni siquiera hemos descubierto todavía.

Lo curioso es que, aunque los bosques todavía están aquí, vivimos como si no existieran. No los vemos en nuestro día a día, no pensamos en ellos cuando encendemos la luz, abrimos el grifo o compramos un mueble de madera. Son la base de la vida, pero no están en nuestras conversaciones. El Día Internacional de los Bosques es una oportunidad para preguntarnos por qué.

Bosquia plantando árboles

Nos han enseñado a valorar los bosques en función de su utilidad. Son «el pulmón del planeta» porque producen oxígeno, «sumideros de carbono» porque capturan CO₂, «fuentes de recursos» porque nos dan madera, alimentos y medicinas. Pero, ¿qué pasaría si dejáramos de medir su valor solo por lo que nos dan? ¿Si en lugar de verlos como proveedores de servicios, los viéramos como lo que realmente son: ecosistemas vivos, complejos e imprescindibles?

Un solo árbol puede albergar cientos de especies. En sus ramas pueden anidar pájaros que nunca tocarán el suelo, en su tronco pueden crecer hongos que descomponen la materia para regenerar el bosque, en sus raíces pueden vivir microorganismos que enriquecen el suelo sin que nadie repare en ellos. Cada bosque es una red infinita de conexiones invisibles, un equilibrio que ha tardado siglos en construirse y que puede desaparecer en días.

La paradoja es que, aunque dependemos de los bosques, seguimos destruyéndolos. Cada año desaparecen millones de hectáreas, convertidas en campos de cultivo, ciudades o carreteras. Se talan árboles para producir papel, pero nadie se detiene a pensar en cuántas páginas de nuestra vida cotidiana podrían prescindir de él. Se arrasan selvas para dar paso a monocultivos, pero no se habla de lo que ocurre cuando el agua deja de filtrarse y los suelos se convierten en desiertos.

La buena noticia es que aún estamos a tiempo. No solo de conservar los bosques que nos quedan, sino de recuperar los que hemos perdido. Y aquí es donde entra la responsabilidad colectiva: de gobiernos, de empresas, de ciudadanos. No basta con plantar árboles para sentirnos mejor, hay que entender qué especies pertenecen a cada ecosistema, cómo reintroducir la biodiversidad, cómo restaurar el equilibrio natural.

Bosquia trabaja cada día con esta idea en mente. No ve la reforestación como un simple acto de compensación, sino como una oportunidad para devolverle al bosque su complejidad y su capacidad de sostener la vida. Restaurar un bosque no es solo plantar árboles, es reconstruir un ecosistema. Es pensar a largo plazo, cuidar el suelo, fomentar la biodiversidad y respetar los ritmos naturales de la tierra.

Si los bosques desaparecieran mañana, el mundo lo notaría. No podemos darnos el lujo de esperar a ese día para darnos cuenta de su valor. Hoy es el momento de ver los bosques que no vemos. De devolverles su espacio, de proteger lo que aún tenemos y de reconstruir lo que hemos perdido. No por el oxígeno, ni por el carbono, ni por los recursos que nos proporcionan. Sino porque sin ellos, simplemente, no hay futuro.

Créditos: fotografías cedidas por Bosquia.